El mito puede narrar acontecimientos sucedidos durante un tiempo en el que la sociedad no tenía el conocimiento que explique y justifique sucesos que existan o se repitan (el arco iris, los astros, las estaciones, el fuego, el bien y el mal), o bien atender sucesos que se destacan por sí mismos. La existencia del mito explica lo que ignoramos y conjura nuestra angustia. No hay aspecto importante de la vida que sea ajeno al mito para explicar lo religioso (como el nacimiento de los dioses, el cumplimiento de sus amenazas o promesas), políticos (como la creación del pueblo o la gens) o sobre temas particulares (por qué el maíz se convirtió en el principal alimento de un pueblo la justificación por la existencia de las imágenes). Los mitos explican y justifican lo que el conocimiento aún no definió.
Por ese motivo, como veremos, los mitos son reeditados en exitosas producciones cinematográficas, teatrales, literarias, plásticas y musicales
Los mitos como parte fundacional de la cultura cumplen tres funciones:
- explicativa o justificativa sobre el origen, razón de ser y causa de algo,
- del significado en que refiere y explica las estructuras sociales y acciones, prácticas y objetos de uso como sucede con relatos sobre la muerte, el sufrimiento o la victoria, y
- pragmática que es la base de la existencia de ciertas estructuras sociales y relaciones y prácticas.
Las tres funciones se suelen combinar de manera constante. Al investigar el origen de la función de la imagen buscamos los mitos que nos precedieron en la cultura. No encontramos noticias en América de la creación (la destrucción de textos y relatos ha sido casi total) pero sí referencias al uso y prácticas con el arte. La creación de imágenes en la cultura maya –a partir del estudio del Popol Vuh, del Chilam Balam, el códice Madrid y el texto del canónigo Landa justificando la quema de libros- se observa que para los mayas lo que llamamos “arte” existió y era una actividad productora de sentido, es un oficio tradicional que tiene un modelo sagrado establecido por los dioses y que justifica, el realizador como un ser predestinado para esa tarea.
De Europa llegaron cuatro relatos míticos sobresalientes que estudian el origen de las imágenes en el occidente grecorromano: contadas por Plinio el Viejo (23-79 d. C.) en su Historia Natural, por Platón (427- 347 a.C.) en la República y por Ovidio (43 a. C.- 19 d. C.) en las Metamorfosis. Estos relatos acumulan todas las preocupaciones que en este texto se desarrollarán.
Plinio el Viejo, compara la pintura griega arcaica, la egipcia y la sombra porque él registra el caracter bidimensional de las representaciones. Concibe el origen de la representación con el relato mítico del dibujo de la sombra:
“La cuestión sobre los orígenes de la pintura no está clara […]. Los egipcios afirman que son ellos los que la inventaron seis mil años antes de pasar a Grecia […]. De los griegos, por otra parte, unos dicen que se descubrió en Sición, otros en Corinto, pero todos reconocen que consistía en circunscribir con líneas el contorno de la sombra de un hombre. Así fue, de hecho, su primera etapa; la segunda empleaba sólo un color cada vez y se llama monocroma; después se inventó una más compleja y esa es la etapa que perdura hasta hoy. […]. La primera obra de este tipo (plástica) la hizo en arcilla el alfarero Butades de Sición, en Corinto, sobre una idea de su hija; enamorada de un joven que iba a dejar la ciudad: la muchacha fijó con líneas los contornos del perfil de su amante sobre la pared a la luz de una vela. Su padre aplicó después arcilla sobre el dibujo al que dotó de relieve, e hizo endurecer al fuego esta arcilla con otras piezas de alfarería. […]“.
Este relato remite a hechos cercanos al 1200 a. C. y fundamenta el origen de la pintura a partir de la sombra de la representación ejecutada por la joven, más que de la percepción directa del objeto. Esta valoración de la huella registrada, recuerda al mito platónico de la caverna4 en la que los personajes encadenados conocen el mundo por medio de las sombras proyectadas en una pared de los objetos que unos cargadores llevan por fuera del sitio. Estas valoraciones coincidentes del conocimiento por la sombra deben alertarnos en una lectura epistemológica.
Siendo el relato creado por Platón parte de un texto eminentemente político debemos leerlo buscando esta referencia. Al considerar que a cada realidad le corresponde un conocimiento adecuado tenemos que registrar que cada registro se subdivide en la opinión o doxa y la ciencia o episteme. La alegoría de la caverna nos dice que la percepción de las sombras tendría la misma fiabilidad que provee la imaginación (como si miráramos espejos o pinturas), que no la podemos tomar como una certeza más allá de lo deseable para construir un conocimiento en un mundo cambiable. Como contrapartida, la contemplación del exterior de la cueva representa al pensamiento, el mundo inteligible de las esencias u oὒσία, para ser conocimiento cierto en la realidad donde lo visible -a la luz del sol- es su propia esencia y donde se alcanza la idea de bien y de razón. Ese sería para Platón el conocimiento que supera al pensamiento, porque quien lo posee conoce las esencias del mundo inteligible y las realidades del mundo sensible en contraposición con quienes sólo usan el pensamiento que sólo conocerá las esencias en tanto las descubra al pensar.
Otra es la lectura desde el relato de Narciso en la palabra de Publio Ovidio Nasón en la Metamorphosis. Ovidio relata allí la leyenda de Narciso deteniéndose en la condición del reflejo de la imagen. Cuenta allí que la ninfa Eco se enamora de Narciso, un joven hermoso hijo de Liríope y del dios fluvial Cefiso. La madre, decide consultar sobre el futuro de su hijo al vidente Tiresías que le predijo que él viviría hasta edad avanzada mientras no se conociera a sí mismo. Un día, mientras el muchacho estaba cazando, la ninfa Eco lo había seguido por el bosque deseando dirigirse a él pero siendo incapaz de hablar primero, porque la diosa Hera la había condenado a solo repetir la última palabra de lo que otros decían. Cuando Narciso escuchó sus pasos preguntó: “¿Quién está ahí?”, a lo que Eco respondió: “Ahí”. Continuaron hablando, aunque Eco únicamente, oculta en la foresta, podía repetir la última palabra. De pronto la ninfa se mostró e intentó abrazarlo pero él la rechazó y le dijo vanidosamente que lo dejara en paz marchándose despreciativamente. Eco quedó desconsolada y pasó el resto de su vida en soledad hasta morir por el amor que nunca conocería, aunque su voz permanece en todos los espacios amplios y vacíos. Otro día, engañado por la diosa Nemesis5, Narciso se acercó a un arroyo y al verse reflejado en el agua quedó atrapado al verse tan hermoso
Mientras que la primera parte de la historia es estática la segunda es dinámica, escribió Viktor Stoichita6, “El placer de la vista no llega a transformarse en placer del abrazo. La vista se engaña y la prueba de realidad, que hubiera debido producirse con el tacto, no se produce. (…) Narciso cree que la imagen es ‘otro’ (y al querer) transformar la visión en abrazo desemboca en el drama (…), al fin, el ‘estadio del espejo’ al que nos referiremos mas adelante. La imagen no le engaña más, ya no es una “sombra”, ya no es “otro” sino él mismo: ‘Ese soy yo’ (Iste ego sum)”.
Ovidio también nos acerca este cuarto mito, el relato de Pigmalión, rey de Chipre, que buscó durante muchísimo tiempo a una mujer perfecta con la que casarse. Frustrado en su búsqueda, decidió dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar la ausencia. Una de estas esculturas, Galatea, era tan bella que se enamoró de ella. Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida. En la obra Las Metamorfosis lo relata así:
“Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos. Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo “mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal“.
Y así fue como Galatea se convirtió en humana.”
Escena de The Matrix (1999) primera de la trilogía de películas de ciencia ficción escritas y dirigidas por las hermanas Lana Wachowski (nacida como Laurence en 1965) y Lilly Wachowski (nacida como Andrew Paul en 1967) y protagonizadas por Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss y Hugo Weaving.