ESA ORACIÓN DE KANDINSKY
En el ánimo de recrear los conocimientos y de profundizar nuevas perspectivas, encuentro muchos libros (generalmente pensados y escritos fuera de nuestra América) que fundamentan nuevas sutilezas en la definición de arte, desplazando lo emocional como elemento constitutivo del concepto y supliéndolo por la razón. Múltiples seminarios y cursos de grado y posgrado acuerdan y definen plantados en las problemáticas filosóficas y tecnológicas. Y no está mal, más aun, puede ser necesario—y doy fe—para la innovación y valoración del pensamiento de los espectadores y de los realizadores…
Es tradición de enciclopedia, para hablar de arte, remontarse a etimologías del latín y del griego, a fin de determinar los recursos plásticos, lingüísticos, sonoros, corporales y mixturados como medios para acceder a las finalidades estéticas y comunicativas que expresan ideas y emociones. Incluso existe una amplia acepción vinculada a su aspecto técnico y a la buena capacidad, habilidad, talento y experiencia,extendida a la medicina, la cocina, las prácticas de lucha corporal y los procedimientos de la pesca.
Curiosamente, el término hoy también está reservado a los métodos usados en la captura y extracción de peces, crustáceos y moluscos, y a los lenguajes de creación simbólica, como la música, el teatro, la danza, los medios visuales y audiovisuales y los surgidos de las nuevas tecnologías digitales. Estas distintas prácticas que consideramos arte reflejan las bases económicas y sociales de cada época y, por lo tanto, pensamientos y valores tan diversos como las identidades de las diferentes culturas, con disímiles características y funciones donde sobresalen las ideas hegemónicas propias de cada una. Si con el homo sapiens el arte tuvo durante el paleolítico una función mágica y un rol en los ritos y en las religiones, mirando el arte de otras épocas veremos que esas propiedades sobreviven en las prácticas sucesivas incorporando componentes que llamamos estéticos, que cíclicamente se vinculan y rechazan en el uso pedagógico, mercantil u ornamental, según las ideas dominantes. Al término arte, sucesivamente,se le fueron adicionando otros modos y lenguajes. Hasta el Renacimiento, la arquitectura, la escultura y la pintura se calificaban como “manualidades”, por lo que luego se las consideró “bellas” para diferenciarlas de las “hábiles”, más tarde “plásticas” distinguiéndolas de las escénicas y de las sonoras, y posteriormente “visuales” para identificarlas por la imagen con independencia de su característica material. Estaría faltando aún una definición que incorpore las realizaciones digitales, robóticas y en las redes.
Se dice (y escribe) que la definición de arte es abierta, subjetiva y discutible, que no existiría entre los historiadores, filósofos y artistas un acuerdo unánime para concretar una definición, lo que se explica —a mi entender— por tres motivos centrales:
- las culturas son diferentes y sus tecnologías, así como las hegemonías políticas y culturales, cambian,
- los historiadores y filósofos explican a partir de las obras terminadas, y
- los artistas piensan la obra desde la tensión del deseo de hacerla y el proceso de realización.
Desde Tomás de Aquino (1224/5-1274) y su definición “el arte es el recto ordenamiento de la razón” o la de Friedrich Schiller (1759-1805), “es aquello que establece su propia regla”, hasta “es la idea”, de Marcel Duchamp (1887-1968), o “es todo lo que denominamos arte”, de Dino Formaggio (1914-2008), todos se abstienen de definir quién determina cómo y qué sería arte. Fue el multifacético realizador alemán Joseph Beuys (1921.1986) quien, en sus clases en la Escuela de Bellas Artes de Dusseldorf, reiteró su idea de que “todo el mundo es capaz de ser artista” (vulgarizado como “todo el mundo es artista”), devaluando la búsqueda de criterios de apreciación de los que pretenden encontrar saberes o reglas con que iniciarse en el estudio de este espacio de la cultura. Ernst Gombrich (1909-2001) abrió su monumental La historia del arte escribiendo:
No existe, realmente, el Arte. Tan solo hay artistas. Éstos eran en otros tiempos hombres que cogían tierra colorada y dibujaban únicamente las formas de un bisonte sobre las paredes de una cueva; hoy compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del metro. Entre unos y otros han hecho muchas cosas los artistas. No hay ningún mal en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos, y mientras advirtamos que el Arte, escrito con A mayúscula, no existe, pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia que ser un fantasma y un ídolo.
No es extraño encontrar imágenes realizadas con procedimientos comunes a las prácticas artísticas que son considerados por sus realizadores como “obras” u “obras de arte”. Esta particular sobrevaloración de la imagen recuerda el conmovedor fragmento —muy recomendable— de las masas hambrientas caminando por los museos saliendo igualmente famélicas, que Wassily Kandinsky (1866-1944) describió en 1910 en De lo espiritual en el arte:
La multitud se arrastra de sala en sala y encuentra las telas “bonitas” y “sublimes”. Aquel que hubiera podido hablar a su semejante no ha dicho nada, y aquel que hubiera podido escuchar no ha escuchado nada.
Los conceptos que en la actualidad dominan provienen de la comunicación por sobre la expresión plástica visual, y de la condición de permanencia del objeto según el consumo del mercado. Por eso, en la visión y la factura de la obra prevalece —como en todo lo que se valúa hoy— el hecho de que es una pieza de mercado. Los argumentos dominantes de la estética y del lenguaje también surgen de la valoración del mercado y desplazan el conocimiento emocional y el discurso del realizador. Este es un tiempo en que algunas teorías —como la del fin de la historia, del politólogo Francis Fukuyama (1952)— han logrado con su divulgación una venta extraordinaria de libros. Sin embargo, al agotarse fueron suplidas por otras propuestas en nuevas ediciones. Es una suerte de hegemonía, parafraseando a Antonio Gramsci (1891-1937), del sistema discursivo del conocimiento del mercado sobre la comprensión de las obras. En 1969 el argentino Emilio Renart (1925-1991) consideraba que sus estudiantes debían saber expresar su pensamiento y les recomendaba ejercitarse en escribirlo, para que no sucediera que otros quisieran expresar y tergiversar las ideas de las obras.
En la primera oración del libro ya citado, Kandinsky señaló:
Toda obra de arte es hija de su tiempo y, a menudo, madre de nuestros sentimientos.
Leo en esa síntesis, magistral desde mi punto de vista, las condiciones que reúnen y caracterizan cada realización artística. En primer lugar, afirma que la obra está condicionada por los conocimientos de su época y, en segunda instancia, que es el espectador quien define si una producción le comunica y alcanza la categoría de arte, en tanto le despierte nuevas ideas y sentimientos. Viviendo en el siglo XXI, en un mundo semiótico y mercantil, los parámetros dominantes estarán tensionados entre ambos campos. Por lo mismo, es imprescindible también escuchar (leer) críticamente las vivencias de los realizadores y la muy valiosa descripción de los teóricos y filósofos en tanto espectadores.
Fuentes
- Gombrich, E. H., La historia del arte (1984)
- Kandinsky, W., De lo espiritual en el arte. De la pintura en particular. (1912)